Llegado el
otoño no hay lunes fáciles y hoy para no olvidarnos de esto nos avisa Esperanza
Aguirre que dimite y abandona la política de primera línea, ella que hasta hace
un par de días señalaba con el dedo de su frescura y osadía aquello que no era
capaz de compartir con su ideario político popular, rancio y seco, de siglos
pasados y nada capaz al entendimiento, al diálogo con los que pensaban
diferente a ella.
Algo muy
serio ha tenido que sufrir Esperanza Aguirre esta última semana para tomar una
decisión así de rotunda. Y se me ocurren dos puntos clave, ambos totalmente diferentes,
que le hayan llevado a dar la sorpresa del lunes. Aunque ambos casi totalmente
desmienten su palabra de que dimite por motivos personales, para poderse relacionar
más con sus allegados.
Que
la salud le haya vuelto a dar un disgusto.
Que
la bronca o el desplante de Mariano Rajoy ante algunas de sus aseveraciones, le
hayan sobrado el vaso de su paciencia llena de bilis.
Madrid pierde
un emblema, el resto de los españoles estamos divididos entre los que creen que
Esperanza era una política esperanzadora y los que siempre hemos creído que era
una política peligrosa sin freno en la lengua, algo que es complicado de asumir
cuando se tiene poder.
Una vez que
se ha destapado totalmente Gallardón (aunque si conocíamos su juventud no nos
engaño casi nunca) y que Esperanza haya dejado claro lo qué pensaba desde
siempre sin disimular, debemos asumir que la política madrileña tan compleja de
entender desde el centro y la izquierda ajena a Madrid por distancia.