Mi último
familiar anciano ha cumplido hoy 90 años. Es mi tía aunque no sabe bien quien soy
yo, qué día es hoy ni qué años tiene. Es mía, pues así lo decidió ella misma hace unos años antes de perder el presente, trasfiriéndome su futuro.
Quedó anclada hace 3 años en un pasado
que le gustaba, en sus paseos por la Gran Vía con sus amigas, en los cafés de media
mañana, en sus viajes con mi madre hace de ello ya 14 años. Eligió las escenas
que recordar para siempre y el cuerpo decidió ya no vivir el presente. Nos habla
de sus paseos por el Rabal de mi ciudad, aunque lleve 5 años sin salir sola a
la calle. Nos dice que ayer estuvo tomando un café con unas amigas e insiste en
que le queda poco dinero para sus desayunos y que así no puede invitarlas
nunca.
Si no supiera
que es todo imaginación anclada en el pasado que decidió, pensaría el visitante
que es una persona perfecta, pues razona y defiende su mundo casi con
perfección. Nos habla de su niñez, de su madre o su hermano, de sus novios o de
su trabajo, pero no recuerda qué ha cenado o si es verano o invierno. No tiene
calor ni frío y por eso casi siempre va con una chaqueta de punto, aunque la
saquemos al sol de la terraza de agosto, provocando repelús.
Se ha
empeñado en que a mi en las cafeterías me dan el café mucho mejor que a ella, que el café que le
sirvo yo cuando se lo pido a los camareros es mucho más sabroso. Ella hace 5
años que ya no pide un café en bares, pero recuerda que aquellos que son su
presente, eran más sosos, pero yo tengo trampa pues se los saco de la máquina de la Residencia
del botón de “Capuchino”. Ella insiste en que los camareros hacen más caso a
los hombres y que por eso mis cafés son mejores, y a nosotros, tras costarnos
mucho entender esto en los momentos en que iba perdiendo el presente, le damos la razón y ya no le intentamos convencer de que las
cosas no son como ella piensa.
Un día
decidió cabrearse conmigo por que no le había dicho que mi madre, su hermana,
se había muerto hace un mes y no la había llevado al entierro. De eso habían
pasado ya 10 años, pero cada vez que le decía que no, que se equivocaba, ella
se cabreaba más e insistía en no entenderme, pues a ella le hubiera gustado ir al
entierro. Efectivamente fue, pero hacía una década de aquello. Aprendimos tras consultarlo, que debemos vivir en su mundo cuando la visitamos.
A partir de
aquellos meses decidió poco a poco perder el presente para vivir en el pasado.
No tengo ni idea de si es feliz, o lo que es lo mismo, estoy seguro de que no,
pero prefiero no enterarme. Siempre se ha llamado Cotín, ahora también. Le encanta tomarse el café que le sirve su sobrino, pues los camareros me hacen mucho más caso que a ella.