Hasta hace tres o cuatro años, las empresas que funcionaban eras las que facturaban mucho ajustando sus costes, crecían de forma pausada, producían un producto original y novedoso, atendían muy buen a sus clientes, eran empresas serias, tenían buena relación con su banco, creían en sus proveedores y en los trabajadores que formaban su equipo, aunque siempre intentando abusar en los sueldos y en los horarios.
Ahora no, ahora lo importante es ser bien considerado, cotizar al alza en Bolsa, ser simpático y tener muchos Community Manager que nadie sabe bien qué son. Hemos cambiado el “trabajo bien hecho” por el “trabajo muy aparente”. Y así de mal nos va. Igual es en esto en lo que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Tal vez, en vez de estudiar con los codos, clavándolos en la mesa buscando estudios de mercado y la excelencia, hemos crecido a costa de caros cócteles antes de llevar a comer en el mejor restaurante de moda a los clientes mientras sonreímos y contamos chistes al tonto que compra la producción de la empresa por su presencia ante la mesa del marisco.
Nos hemos olvidado de que los realmente tontos, los que han perdido de verdad el norte en esta crisis (sin contar a los banqueros jetas ni a los políticos lelos) han sido los empresarios que no se han dado cuenta de lo realmente importante. Y lo digo habiendo sido yo parte de esa equivocación de idiotas. Cuando hablamos (y debemos tomar nota para otro siglo) de que nos falta preparación, no nos estamos refiriendo a los aprendices ni a los oficiales de carga y descarga, nos referimos desde el mando intermedio hacia arriba. A los muchos empresarios que no tienen ni pajolera idea. Así que venga, colegas, tenemos que volver a la escuela para aprender a no dejarnos engañar por los mercados ni por los políticos imbéciles ¿vale? Menos quejarnos y más trabajar.