Hoy voy a
esbozar (solo bocetar) un tema político complicado de analizar desde la
izquierda, que no ha sabido a mi modo de ver, encauzar la Participación
Ciudadana hacia la calidad y el sentido común. Por mi pequeña responsabilidad
política actúo dentro y muy pegado a la participación ciudadana, que se da
desde una calidad baja y manipulada en muchos casos.
Sé que estas
palabras puedes escocer a los protagonistas y hacer sonreír a los que están en
contra —sobre todo desde la derecha—, de la participación ciudadana en la
política. Por eso la matización es prioritaria y aquí solo puedo esbozar el
problema.
Las personas
que realizan e influyen sobre la Participación Ciudadana, casi siempre
municipal, lo hacen desde cargos electos por Asociaciones de Vecinos,
culturales o entidades sociales de muy diversa calidad representativa.
La izquierda,
y aquí viene mi primer reproche, hemos penetrado en la participación ciudadana,
para hacerla cercana, amigable, impregnada de nuestra ideología, manipulable en
algunos casos. Cuando las necesidades apretaban la derecha, esta se dedicaba en
este santo país a poner a sus amigos en las cúpulas empresariales, judiciales o
de medios de comunicación, mientras que la izquierda a ponerlos en las
entidades de base social. Era un ejercicio lógico de acción reacción. Con
pérdida clara por goleada de la izquierda, en esta batalla del reparto de poder
subterráneo.
Pero los años
van sucediéndose y las situaciones se enquistan. A la derecha les salen jueces
respondones o de fines de semana caribeña y a la izquierda le salen entidades
ciudadanas que reclaman su parte de poder, ganado con silencios o apoyos. Llega
la incapacidad manifiesta para modificar lo que se nos ha convertido en bastado
a poco que rasquemos con la uña.
Las entidades
ciudadanas y a eso me quiero referir sobre todo, reclaman “tener siempre razón
en los asuntos importantes”, pero lo hacen sobre su parcela de razón. En muy
pocas ocasiones ha podido disfrutar de planteamientos por parte de entidades,
que afecten al conjunto de la sociedad. En la inmensa mayoría de los casos
defienden y muy bien “su” parcela de influencia y solo ese trozo. Y además se
creen en el deber de exigir que se les tenga en cuenta en aras a la
Participación Ciudadana, como si tener derecho a expresarse fuera garantía del
derecho a tener razón.
En cada
decisión política hay mucho elementos que influyen, muchas capas sociales que
se ven afectadas. Por cada decisión que solicita una Asociación de Vecinos,
suele haber afectados de otras asociaciones vecinas, por poner un ejemplo. Pero
cada “bloque” se cree en el derecho de defender solo lo suyo (lógico) y de que
se entienda su defensa como un uso lógico del derecho a la participación
(lógico también). Lo malo es cuando se pierde el respeto de los representantes
“de todos” que a veces tienen que restar razón a los que defienden “su poco”
desde sus cargos políticos.
Todos nos
equivocamos, pero el respeto “a la política” debe venir en primer lugar por los
que creen en la Participación Política, respetando a los cargos y a las
personas que los representan en cada momento, desde las tribunas públicas y de
intervención al menos.
Existen “los
pasillos” y ese es un mal que hay que atajar con urgencia. Existen “los
amiguismos” del café a media mañana. Existen “las visitas” para recordar “lo
nuestro”. Nada es ilegal, nada es en sí mismo bastardo ni censurable siquiera
desde el punto de vista de “barbaridad”. Todavía. Es simplemente una
herramienta que están empleando ciertas personas responsables de entidades, para
“mover” lo que no se mueve. Pero cada situación que se mueve o bien impide que
se muevan otras o inciden sobre los movimientos de las otras. ¿Me explico
regular?
Las
situaciones se tienen que resolver por que el responsable piense (desde su
acierto o desde su error) que se tiene que resolver de una forma determinada. Nunca
por tener la presión o la sonrisa, el café o la llamada, de un viejo amigo
vendedor de cromos.
La
Participación Ciudadana es imprescindible para asesorar a los políticos, para
marcar caminos y abrir ventanas. Pero quien tiene que abrirlas es el político
elegido democráticamente. La responsabilidad de este es hacer valorar la
política, lograr que se respete su puesto de responsabilidad, intentar que la
política sea muy limpia y además con acceso igual para todos. Quien se tiene
que equivocar es el político, es quien debe tomar las decisiones libremente con
arreglo a su experiencia y a “todos” los contactos e informaciones recabadas
sobre cada uno de los temas tratados. Escuchar solo a una parte y hacerle caso
por que grite mucho o por que invite a café a media mañana, es un gran error
político con un precio altísimo.