Leía ayer el artículo de Javier Marías en El País Semanal sobre Soria, titulado “Cuando una ciudad se pierde” al que poco se puede añadir que no sea la experiencia personal y la aseveración de que los seres humanos en nuestros delirios de transformación, muchas veces nos equivocamos entre lo bueno y lo malo.
Soria hace 25 años, por poner el punto desde el que bascula hacia lo que se entendería como modernidad, era una ciudad pequeña (ahora también) muy duda e invierno (ahora también) con un encanto especial como isla maravillosa entre ciudades grandes que la rodeaban peligrosamente. Mis meses de verano durante varias décadas me ha obligado —a mi pesar—ver su transformación, empujada por los propios vecinos de Soria, en el convencimiento de que necesitaban “de todo” a costa de perder “lo bueno”. En aquellos años Soria era una ciudad única, muy valorada por miles de personas que tras emigrar hacia Barcelona, Madrid, Zaragoza, Valladolid o Bilbao, volvían para disfrutar de algo totalmente diferente.
Sus paseos por la Dehesa hasta altas horas de la noche sin nada de ruido ni sensación de miedo ni de estar vigilado por policías pues no eran necesarios, ya chocaban con lo que vivíamos en nuestras ciudades. El mantenimiento de un tejido comercial local y propio, barato y con múltiples productos “suyos” hacía viajar a Soria el viajar a “otro lugar”. La limpieza en sus calles era total. Las actividades culturales, sobre todo en fines de semana eran muy seguidos por los vecinos. Sus fiestas eran diferentes, medidas y con un sabor ancestral que las diferenciaba. El trato con las personas que cada año volvías a ver era a todas luces casi imposible de entender; te reconocían y saludaban cuando en tu comunidad de vecinos te miraban y poco más.
Se me dirá que los vecinos de Soria no percibían estos lujos, no valoraban estas diferencias y en cambio si que reclamaban lo que no tenían. Y es cierto. Solicitaban más comercios todos iguales y con los mismos decorados que los de las grandes ciudades. Reclamaban los jóvenes más juerga nocturna y menos tranquilidad. No reclamaban más trabajo ni más posibilidades de estudiar pues lo tenían resuelto y no querían cambiar y además tampoco ha cambiado ahora excepto para peor.
Tenían una sanidad y una educación sólida. Tenían mucha calidad económica y un mercado laboral bueno que además ampliaban con la emigración cuando así lo entendían. Como es lógico todo esto se les ha ido al garete como a todos.
Soria estaba llena de pequeños rincones, de lugares con vida distinta, con estampas sociales que poco a poco han ido desapareciendo. Soria era muy diferente los lunes a los jueves o los sábados. Hoy está siendo muy igual un día del otro. Les queda camino para no perder todo, depende de ellos y de sus gestores, pero que pregunten a sus padres y abuelos y decidan. No es positivo perder “la cueva” cómoda y de calidad, para conseguir lo peor de “las cuevas” todas iguales de las ciudades todas iguales, pues crean sociedades todas iguales.