Creo que los políticos nos deberíamos empezar a preguntar qué debemos cambiar en nuestra manera de gestionar la política, para hacerla visible, limpia, necesaria, utilizable, casi querida.
No exijo respuestas, eso sería ya la panacea del problema, me conformo con ponernos en cuestión el sentido de la política, que ya muchos técnicos y casi todos los demás políticos, saben saltearse para jugar a no dejarse influir. Excesivos servidores públicos por no decir todos, hemos aprendido a no escuchar, más todavía a no tener en consideración el trabajo de otros, a respetar la participación ciudadana o de colegas de gestión, como algo imprescindible para funcionar bien. ¿Y para eso estamos en política?, me pregunto. ¿Qué sentido tiene seguir si no somos capaces de gestionar lo que se nos participa, tanto para decir que si como para decir que no?
Un político es sobre todo un servidor, una persona que ha decidido libremente intentar servir a los demás, gestionando. Nadie obliga a una persona a ser político. No es un oficio real, no debería ser ni una vocación de niños sino una gestión bien pensada y tomada desde la madurez mental de quien quiere entregar a los demás algo. Por eso, jugar a jugar es malo. Por eso medrar y zancadillear es malo. Por eso no pensar en los demás para trabajar por los demás es lo peor.
Y recordemos todos, casi a coro, que gestionar es decir que si o decir que no. Pero con explicación clara y sincera, con valentía y sinceridad sabiendo que el error propio nos acecha siempre.
No es obligatorio ser político. Incluso es bueno dejar de ser político cuando cansa la disciplina y se agota el pensamiento y las ganas de trabajar por los demás. Dimitir es algo positivo cuando falta lo principal, cuando fallan las ganas de ayudar, cuando ya no están cubiertas las necesidades primarias de ayudar a otros. Quien entre en política para satisfacerse moralmente, que siga, es el precio de dedicarse a la política, egoístamente admitido. Pero quien entre para satisfacciones de otro tipo, que abandone, nunca es suficiente el pago, el sueldo, para los tramposos de oficio. Nada vale más que la satisfacción personal.
Si en política hay que discutir para tener razón, tal vez lo mejor es abandonar, pues la razón no se discute, se tiene o no se tiene. Pero no hay que rendirse ante la defensa de los que te apoyan, de los que creen que tu labor es importante para conseguir metas, para evitar abusos. Un político representa un espacio de razón, de ayuda, de gestión. Si se pierde la limpieza, se hunde en el fango. No hay término medio.