21.1.12

Contra los desahucios, hay que indignarse

Esta semana la televisión nos mostró las imágenes de una septuagenaria española llorando y camino de su muerte civil. Había perdido su vivienda de toda la vida, había sido desahuciada por un banco tras avalar una vivienda a su hija que finalmente no pudo pagar la hipoteca.

A los pocos días de ser desahuciada, el piso en el que había vivido con su difunto marido, en el que había visto crecer a sus dos hijas, amordazado por un juez y unos banqueros había sido ocupado por un grupo de cuatro jóvenes que habían dado la patada a la puerta. Su vivienda ahora no era ni de ella ni del banco. Incluso las personas que en una semana habían ocupado su espacio, su sitio vital, le habrían la puerta y le hablaban con las cámaras de televisión como testigos.

La anciana volvía todos los días al edificio, para reunirse con los vecinos de toda la vida pues no quería perder sus recuerdos, sus olores, su vida anterior. Y lloraba. Solo sabía llorar.

Del banco no se sabe nada, pero los nuevos ocupantes saben que durante un año podrán vivir en el hogar de la anciana, perdón, del banco, y que luego se irán en busca de otra posibilidad que cubra sus necesidades, ¿Quien cubre las necesidades de la anciana que ha perdido su viva aunque siga moviéndose para llorar? ¿Para qué ha servido el desahucio? ¿Qué podemos hacer tú y yo para que estos dramas no sean vistos con la normalidad del que se sabe prisionero de una sociedad sin escrúpulos? Este drama ha sucedido en Barcelona.