15.12.11

Tal vez es momento de desear el desastre, antes de la reforma

Escuchaba el otro día a un grupo numeroso de jóvenes hablar asquerosamente del desempleo y de lo irreal que les parecía que su generación no fuera capaz de encontrar trabajo, pues siempre hay donde buscarse el futuro y que lo que sucede es que todos quieren ser señoritos. Qué ganas me entraron de desear un guerra arrasadora, como mal menor ante una falta de empatía social abrumadora.

Casi todos ellos vivían de sus jilipolleces o de sus padres, a partes iguales diría yo. Ninguna empatía había en sus diálogos, ninguna visión real de la sociedad que por desgracia existe en estos momentos, alejada de sus vicios de fin de semana, de sus horarios de sueño, de sus consumismos.

Efectivamente hay un gran número de jóvenes alejados de estas idioteces, pero cada vez menos me parece, lo que agrava más la sensación de que no nos estamos dando cuenta de por donde caminamos como sociedad, como país.

Da la sensación en aumento, de que el desempleo es una elección personal, de que en España no hay pobres de verdad, de que seguimos siendo un país rico y de ricos, un país capaz y de capaces. Y al encontrarme en la gran duda de si mi visión es la errónea, o me entran ganas de desear el desastre o de olvidarme de mis análisis y dedicarme a criar champiñones en mi oscuridad.

Los que nos dedicamos a sufrir las pobrezas del momento, del sistema, de la suerte, debemos sopesar si tal vez, no ha llegado el momento de desear lo peor, para que mejore hacia mejor lo que tenemos. Es posible que la reforma ya no sea posible y sí la ruptura, la debacle, el caos.