Hace seis años una mediana empresa zaragozana del metal entró en crisis de costes y tras analizar diversas alternativas decidió dar el salto y montar una empresa (casi sucursal) en China. No buscaba nada que no fuera una producción más barata. Trasladó a diversos especialistas aragoneses para montar la empresa en China y puso en funcionamiento la producción sin tener que cerrar la empresa aragonesa, como empresa complemento en un tipo de producto especializado pero no excesivamente complejo.
Los costes de todo tipo eran sensiblemente menores, pero no buscaban una mano de obra muy barata pues el producto fabricado debería ser un producto con una calidad alta, que es lo que siempre había ofrecido la empresa zaragozana.
Hoy, seis años después, dentro de un mercado chino de alta tecnología, en una ciudad en donde los costes totales son más bajos aunque no tanto como lo eran hace 6 años, se encuentran con una paradoja curiosa.
Están teniendo problemas de calidad en su planta de Zaragoza. La calidad que se obtiene en su planta de China es superior o lo que es más importante y serio de analizar, es superior a la que se logra realizar aquí de media, incluso en los periodos en los que los “no válidos”, las devoluciones, están en los mismos números que antes de la crisis. En la planta de China ya no hay profesionales aragoneses controlando la producción aunque la dirección técnica y la gestión económica sigue dependiendo en gran medida de la misma empresa matriz. Están más optimizados los procesos, sin contar costos de los distintos mercados laborales. Cada operario es capaz de producir más y mejor, simplemente por la diferente manera de organización y de control interno de calidad.
Estamos perdiendo —por diversos motivos—, nuestros sistemas de control de calidad, y lo que es peor para nosotros; otros mercados están poniendo muy alto el listón de la calidad, rebajando costos (además) en los productos terminados y en la organización laboral. Quien piense que contra quien hay que competir son mercados laborales de “a pesetica el cacho”, sin organización ni capacidad de innovar o de progresar, se equivoca totalmente. O nos ponemos a pensar en serio o tendremos que apagar el candil.