Tener buenos amigos es tener tesoros escondidos. No hay que perder su contacto ni dejar de regarlos con dedicación, pues se pueden secar; aunque tampoco hay que asfixiarlos, porque necesitan respirar desde su vida y tener suficiente espacio propio, mucho más que otros compañeros de vida.
Los amigos son para los momentos de crisis. Y para los momentos de alegría o de convivencia sosa; son para aguantar lo que nos entregue y para recoger sus problemas e intentar resolvérselos. Y si no, al menos, escucharlos. Son diferntes a nosotros y eso es una gran ventaja pues su manera de pensar es complementaria y nos ayuda a enriquecernos.
Escuchar es algo que casi ya no sabemos hacer; eso y tocar. Nos tocamos muy poco.
No escuchamos porque sobre todo queremos hablar, y debe ser que casi no tenemos ocasión de hacerlo y aprovechamos cada instante de silencio para meter bocadillos de palabras, cuando muchas veces lo que mejor deberíamos hacer, es simplemente escuchar y atender.
Y en cuanto a tocarnos, pues eso, el contacto físico es muy necesario, nos trasmitimos energía de la sencilla pero de la buena, sensaciones y calores, fuerzas y debilidades, que debemos compartir. Tocarnos es sobre toso eso, compartir y trasmitirnos.