No siempre en bueno para los partidos políticos la confrontación de varios candidatos ante sus militantes, pues siempre abre heridas que luego tardan en cerrarse; pero cuando hay zozobra, dudas, necesidad de cambios, renovación o cambio de programas que afectan a la identidad, la pluralidad es muy necesaria y la opción de que sean todos los militantes los que elijan, una necesidad.
No creo en la opción de que opinen o voten los simpatizantes no adscritos, pues esto solo serviría para que decreciera el tamaño e importancia de la militancia, escasa siempre y que debe ser la que de vitalidad a todo proyecto político.
En cambio sí estoy seguro de que los partidos políticos deben abrirse mucho más a su militancia, dotarle de más información y posibilidades de interactuar y decidir. Creer que los partidos políticos son una maquinaria de empleo encubierto, de sillones cómodos, de escuelas para aprender a medrar, es un precio excesivamente alto que la democracia europea no se puede permitir en este nuevo siglo. No todos funcionan igual y es por ello por lo que los que no se comportan como es necesario, deben analizar su futuro mirando más a la sociedad y menos al ombligo de sus maquinarias.
Yo, como Alfonso Guerra, tampoco creo en el marchamo de calidad por ser joven, de un sexo o de otro o entender mucho sobre técnicas de libro maquiavélico. La política hay que demostrarla todos los días, hay que tener empatía y posibilidad de actuación, hay que conocer lo que se puede hacer y separarlo de lo que se debe hacer y de lo que se quiere hacer; e incluso de lo que nos gustaría hacer. En política es fundamental saber emplear los tiempos, no tanto para priorizar como para saber qué toca en cada momento. Hablar de los semáforos cuando la sociedad está sin empleo es bastardo además de imbécil, por poner un ejemplo ilustrativo muy sencillo.
Ahora toca participar, contar con la gente, crear nuevos líderes en la izquierda y adelantar nuevos proyectos e ideologías posibles sin olvidarse de los que las van a recibir. Hay que abrirse y recordar que la clase media es la aspiración de toda la sociedad occidental, la misma clase media que va a pagar muy caro esta crisis, recordando para finalizar que ahora todos los trabajadores se creen —nos creemos, posiblemente de manera errónea—, que somos de clase media.