Observo a Rubalcaba, en el programa "Los desayunos" de Televisión española, como sobrado, nerviosamente nublado a la hora de hablar de la crisis o incluso sobre algo tan sencillo de explicar desde la tranquilidad como las "casi" primarias del PSOE con una Chacón vencida por la tontería de creer que Rubalcaba iba a ser el cambio tranquilo. Son los nervios y las formas de quien sin decirlo se reconoce perdedor por mucho. Sabe que le quedan muy pocas razones, ninguna nueva, si acaso seguir creyendo en su carisma que le ha subido la autoestima hasta límites casi tristes.
Sabe que es el final de su vida política y que no va a recoger los triunfos sino las tormentas y eso es lógico que le ponga en la tesitura de ser ácido, pero todavía cree que puede salvar los muebles a costa de algunos pequeños detalles, como lograr movilizar "a los suyos" tal vez sin asumir que los suyos ya no están desencantados sino en muchos casos huidos totalmente de la política.
Pero no tiene todo perdido, para al menos intentar que la mayoría del PP no sea absoluta; sabe reclamar a los parados el voto del miedo a los recortes, sabe movilizar a los mayores que temen por las pensiones que pueden perder futuro, al exceso de poder de un PP gris. Sabe que los jóvenes sin futuro no les apoyan pero que si bien salen en las encuestas el 20N no acudirán a votar. Quedan dudas aunque también hay líderes excesivamente grises.