El silencio nos pertenece. En cambio unas frase dichas de más se escapan, toman vida delante de nuestros interlocutores y ya no somos capaces de dominarlas. Si alguna vez notamos que no se nos entiende bien, si hemos dicho algo sin querer, si se nos equivoca en la interpretación de lo que pensábamos decir, hay que aclararlo bien. Nada hace más daño a nuestra persona, que se perciba algo de manera errónea, pues a partir de ese momento se nos mirará expectante para ir sumando errores sobre nuestra personalidad y a partir de un cierto número que es variable según quien nos escuche, seremos una cosa distinta a la que realmente somos.
El silencio nos pertenece y por ello si no estamos seguros de que romperlo es mejor que mantenerlo, debemos tomar aire y callarnos aunque nuestro cuerpo nos pida con fuerza intervenir. Esto no es siempre así, depende de con quien estemos, pero si tenemos dudas, lo mejor es callarnos.
Somos esclavos de nuestras palabras. Y tenerlo muy claro y presente nos resolverá problemas, nos logrará crear a nuestro alrededor una personalidad percibida, más real y a la vez más beneficiosa. Nadie nos obliga a meter la pata, así que no la metamos. Eso no es un alegato al silencio, sino a contar hasta 10 o hasta mil, según el momento y la persona, antes de intervenir con lo primero que se nos venga a la cabeza.
¿Cómo entenderá quien escucha lo que vamos a decir? ¿estamos seguros que cuando mentimos no se nos va a detectar la mentira? ¿creemos que no se percibirá nuestros errores a través de nuestras palabras dichas sin tiento? ¿no es mejor intervenir después de estar seguros de que no vamos a cometer tonterías, y no antes de estar seguros de que ya las hemos cometido?