Es necesario el duelo para salir fortalecidos del golpe, del mazazo sufrido; si nos empeñamos en no vivir el duelo como un periodo necesario, no se pasará nunca y nos pesará como una losa en busca de su salida natural, que es el agotamiento.
Debemos sufrir tras un golpe en nuestra vida, de forma proporcional al tamaño del golpe recibido.
Pero hay que agotar ese periodo de duelo, para salir convencidos de que nos ha cambiado por dentro, y a la vez hemos sabido y podido superarlo.
Si nos obcecamos en cerrar nuestra mente al sufrimiento, si deseamos no sufrir pensando que es lo correcto, nos estaremos equivocando.
Tras cada desgracia hay que llorar o gritar, con igual potencia que tras cada alegría disfrutamos de ella. Somos humanos, necesitamos expresarnos y es bueno hacerlo.
Si las personas que acompañamos en el duelo a la persona que más sufre, nos creemos en el deber de intentar minimizarlo, nos estaremos equivocando pues nada hay mejor para superar el duelo, que gastarlo, consumirlo, vivirlo en plenitud, recordarlo incluso cuando nuestra manera de ver el problema sea ya otro.
No podremos vivir con la pena, siendo feliz en el futuro, si pensamos que tras una desgracia no fuimos capaces de sufrir con fuerza por ella.
Sin duda queda por decir que la mesura y el tamaño del duelo debe ser proporcional al hecho que lo produce, que no siempre debe ser un duelo público, sino bien al contrario, es más recomendable un sincero duelo privado e interior y que la duración del periodo del duelo debe estar en consonancia con el hecho, aunque siempre bajando de intensidad, pues tan importante es darnos cuenta de los dramas como superarlos positivamente, para seguir peleando.
Los duelos hay que gastarlos para superarlos, interiorizarlos y sacar su tono positivo de cambios en la vida. No es sencillo, por eso a veces necesitamos la ayuda de otras personas, sean amigos o profesionales de la psicología.