Muchos recordamos el instante en el que —en directo en mucho casos— intuíamos como el mundo se nos volvía diferente mientras observábamos como era atacada la segunda torre del WTC de Nueva York. Dan igual las ideas políticas, dan igual los pensamientos sobre las guerras que vinieron después. Lo cierto es que en ese momento, ahora hace 10 años, comenzó el nuevo siglo con sangre, como casi siempre se escriben las líneas que perduran en la historia.
Yo estaba solo en casa, con la televisión sonando de fondo mientras intentaba disfrutar de una pequeña siesta. Me despertó el tono del presentador de Antena3, mientras informaba del accidente o ataque a la primera torre del WTC. En el acto entendí que aquello no era un accidente de un avión, que era algo más y así lo comenté enseguida con mi familia a través del teléfono. Al ver el ataque a la segunda Torre Gemela, las dudas desaparecieron totalmente.
Aquella herida sigue sin cerrar, por mucho que disimulemos todos. Incluso la actual crisis económica es fruto de los movimientos económicos de aquellas guerras, de aquellos miedos. EEUU dejó de ser inalcanzable, no tanto por el ataque del 11-S sino por la imbécil y poco inteligente capacidad de liderar el tiempo después. No fue una respuesta de alguien que se sabe el “jefe” del mundo. Debería haber sido o mucho más selectiva, contundente, rápida y leve, o mucho más potente y eficaz como ejemplo de lo que sucede cuando se ataca al “líder”, con todo lo cruel que esto significa (pero mi obligación a la hora de analizar los momentos históricos, me obliga a opinar con mi lógica, incluso sin estar en nada de acuerdo con los resultados de mi análisis).