Somalia, país que forma el ahora famoso cuerno de África, con diez millones de habitantes (de los que menos de 100.000 son hombres mayores de 65 años pues la mortandad es tremenda) y con una superficie algo mayor a España, es un ejemplo más de que el siglo XXI ha llegado en algunos países mientras que en otros siguen anclada la Edad Media.
El hambre, las enfermedades, sus 11 presidentes distintos en 10 años, convierten a Somalia en el ejemplo de un país corrupto y donde la desidia internacional ha abandonando a su suerte a media África, suerte que siempre es igual: hambre, guerras, enfermedades, muerte. Pero abandonaar a África es sobre todo abandonar a sus habitantes, a sociedades enteras, a personas que sufren, mueren y tienen la obligación vital de buscar mejores futuros.
Es una tierra rica en minerales sin explotar con climas terribles sobre todo en verano, pero en la que está penado con la muerte huir del hambre hacia otros países del entorno en busca de mejores posibilidades de vida por Al Shabab, que se considera a sí misma la rama de Al Qaeda en África oriental. Otra vez la religión controlando las vidas y las muertes. No hay trabajo, no hay cosechas, no hay industria, no hay lluvias, se exporta muy poco, hay constantes guerras que se eternizan, y la única salida posible es alistarse si tu edad te lo permite en algún ejército legal o no, para poder comer al menos. Mientras tanto el mundo occidental mira. Miramos, y nos decimos que es imposible encontrar soluciones. Nada más que eso. Como siempre, quejarnos.