Uno puede llegar a preguntarse en tardes tristes que qué pasaría si España perdiera a Aragón, a las dos Castillas y e Extremadura como únicos y tristes ejemplos de lo que es la España interior mal cuidada y peor tratada.
No es imposible pensar, por el camino que vamos, en una España interior despoblada, vacía casi, con algunos oasis por los caminos sin cuidar como Valladolid, Zaragoza y poco más. Las personas son libres para emigrar donde les venga en gana, o lo más lógico, donde le obligan las circunstancias vitales, laborales o educativas.
La historia retiene a sus sociedades, pero más las realidades que no parecen tener futuro positivo; como marcan el éxodo lento los errores impertinentes que llevan a la emigración callada y sin ruido, tal vez por los olvidos de los políticos que incluso se disfrazan de defensores del interior, pero que en realidad son incapaces de convertirse en líderes de su territorio, pues miran más a Madrid que a sus desiertos complejos.
La despoblación de la España interior es muy posible si persisten las fuertes presiones de la periferia, de las tierras del mar, del turismo como industria temática, de una fuerza que irá en aumento pues la presión de la población cada vez más imparable. Es además como si a nadie que no fuera de las tierras del interior le importara este asunto. Sin darse cuenta de la enorme barbaridad social, geográfica, política y de riesgo que supondría una España vacía durante cientos de kilómetros.
¿Es posible entender un territorio geográfico como España en donde las personas vivieran casi todas junto al mar o a lo sumo a 100 km de distancia de él, dejando todo el interior como un auténtico desierto o tierra de "nada", si acaso con media docena de oasis cada vez con menos calidad de futuro?
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