A veces te puedes encontrar por los caminos a gentes maravillosas pero también a viejos conocidos que curiosamente no logras reconocer. O lo que casi es peor, no saben identificarse bien y no los colocas en su posición respetable. La vida es un cúmulo de caminos abandonados, de la apertura y exploración de nuevas sendas, de equivocarte y rectificar, de volver sobre lo andado para retomar viejos caminos, de soñar y volar.
En la larga vida que se hace corta, uno cuando elije abandona lo que no elije a la suerte de la nada, perdiendo la posibilidad de saber cómo sería la vida si hubiera decidido por otro camino, pero eso es lo maravilloso de todo proceso de decisión, que permite equivocarte y acertar, que te permite seguir avanzando desde diferentes posiciones.
En todo proceso de selección hay personas, gentes que debes abandonar y cambiar de lado, de sensación, de camino. Personas con sus vidas y sus temores, con sus propias decisiones que quedan afectadas y que también te afectan a ti. Nada es fácil, nada es superfluo, nada es “gratis” porque en toda decisión hay un componente de coste humano. A quien dejas por el camino, lo puedes dejar henchido de gozo o herido, y muchas veces no eres capaz de notarlo, por mucho que creas que eres de los que lo notan todo. Los renglones se escriben con muchas diversas tintas y a veces con distintos componentes que hacen imposible detectar todos los recovecos de las vidas que nos acompañan junto a la nuestra.
Pero hay que seguir decidiendo, hay que intentar no equivocarte mucho, no dejar a muchos heridos por los caminos y que no resultes tú mismo excesivamente dañado. Si crees que obras bien, al menos lo estás haciendo lo mejor que sabes.