En España estamos en plena campaña preelectoral. Surgen las dudas, a veces las divergencias entre afines, muchas otras la falta de economías y los ajustes en los deseos, el no saber si lo estás haciendo bien o regular.
Pero es lo que tiene laborar por la política, desde la política. Hablaba yo de lo mal que lo estamos haciendo todos los que nos dedicamos a la gestión pública, lo mal considerados que estamos y lo poco que reconocemos nuestra parte de culpa. La sociedad huye de todo lo que huele a política y gran parte de culpa la tenemos nosotros. Decía un amigo que no hay posibilidad democrática sin política y es cierto ¿y qué?; hay posibilidad de no tener política y eso debería bastarnos para tener reparos, miedos.
Si les preguntáramos a los españoles, a todos y todos respondieran, la sorpresa sería que mucho de ellos no desearían tener políticos aunque sí política, sí democracia. Y en cambio es imposible separar una de otra.
Los políticos de base somos los que tenemos gran parte de culpa, por dejar hacer, por no saber elegir, por participar y no romper la baraja, pues nuestros silencios son siempre cuando menos, asentimiento. Pero efectivamente, los que ni tan siquiera participan desde dentro de la política tienen la responsabilidad de dejar hacer a los otros. Es un peligro, os lo juro.
La sociedad debe aprender que sin políticos sólo es posible la gestión desde déspotas tecnócratas, como menos malo. Y para ello hay que enseñarle la diferencia entre déspotas dictadores y demócratas elegidos. Sólo una tercera parte de la sociedad (con capacidad para pensar y decidir por edad), que conocieron una dictadura en España, está viva ahora y decide. Son pocos los que saben diferenciar una dictadura de una democracia en carne viva.