Ayer vi la decadencia personal, la vejez dura que invade, y la vi muy de cerca. Tengo un familiar que cada semana va bajando escalones de su vida sin poder parar. La memoria, la vuelta a la niñez, la descoordinación, el no poder moverse, la depresión y la angustia se van apoderando
de su vida. Se da cuenta de su pérdida de calidad, de que la vida se le escapa. Ayer me preguntaba si esto era el final, si esto que ya sufre es lo último y ella me aseguraba que tardaba demasiado.En el pasillo de la residencia de mi tía, un hombre sin piernas permanecía sentado en su silla de ruedas apoyado en la puerta mientras gritaba frases inconexas y auxilios no respondidos si acaso por los vigilantes que le solicitaban con educación que se calmara, que molestaba. A él le daba igual dentro de su enajenación. Insistía en que le abrieran la puerta, que no existía pues él mismo estaba impidiendo que se cerrara. Posiblemente no se oía. Mi tía ya no le oía, ya no lograba ser molestada.
Es la muerte, sin duda, la crudeza del final de la vida, de gente que en su momento fue importante incluso. Es lo que por desgracia nos espera a todos con mayor o menos crudeza. Mientras tanto seguiremos caminando por ella como si esto un hubiera sucedido nunca.