Desde la izquierda sobre todo es hora de preguntarnos la famosa cuestión “¿Qué hacemos por nuestras ideas?”, antes de seguir exigiendo que las ideas haga mucho por nosotros. Pero no porque vayamos soportando las diferencias sociales con estoicismo y calma, y decidamos ahora que hay que aparcar el conseguir más igualdad, sino por que en realidad no estamos plantando cara a la crisis, al cambio de sistema, al cambio de poderes mundiales, al discurso acabado y viejo, a la falta de líderes europeos con ideas progresistas, a la pinza de los poderes fácticos y financieros que han logrado apoderarse de la democracia.
Acabado el comunismo en Europa (y casi en el mundo) tocaba desde los poderes reales que gobiernan el mercado controlar al socialismo, desmontarlo y atrapar
a continuación a la socialdemocracia en las mismas redes. Con sonrisas y sin lágrimas para no provocar rechazo. Y debemos reconocer que han sido listos y lo han hecho muy bien. Unos auténticos listos de libro.
Desde la izquierda no hemos propuesto nada: ni ideas novedosas, ni resistencia social, ni alternativas democráticas, ni uniones de partidos y discursos. Hemos visto pasar la debacle creyendo que ya éramos ricos y que el estado del bienestar era inamovible.
Pues no, el estado de bienestar hay que ganárselo cada día, hay que seguir regándolo y a la vista está que desaparecerá de Europa en pocos años o en décadas, según hagamos las cosas entre mal o muy mal. Fijaros que el debate en Europa ya no es: que si los partidos de extrema derecha ascienden, si las integraciones deben ser más profundas o no, si una Constitución europea sirve para algo. No. Ahora el debate es “hasta donde estarán dispuestos a soportar los europeos un corte drástico en sus derechos y sus bienestares”.
Primero Irlanda, Grecia, luego no se sabe bien quien, da igual, y por últimos Francia y Alemania. La madeja está tejida para enmarañar y ni los liberales están dispuestos a rebelarse aun sabiendo como nadie que es el fin del sistema. No, a ellos tampoco les beneficia la pérdida del estado de bienestar. Si convertimos a Europa en un territorio más pobre, habrá menos ricos aunque estos lo sean más. Habrá menos mercado, menos poder, más fragilidad histórica. Pero al menos ellos están unidos y tienen un discurso claro: todo lo que es bueno para el mercado, es bueno para ellos.
Desde la izquierda no se puede plantear la negación a ese discurso simplón: si es bueno para los mercados es malo para los progresistas o si es malo para los mercados es bueno para los progresistas. El discurso de la izquierda —entrados ya en la segunda década de este nuevo siglo— sabe que será junto a los mercados a los que sin duda, habrá que domesticar y controlar. Pero junto a los discursos de mercado si o mercado no, se deben articular discursos sobre la formación, sobre la relación entre personas, sobre el compartir, sobre el ecologismo, sobre el trabajar más y mejor, sobre la investigación, sobre la participación, sobre la igualdad, sobre la limpieza ética. Hay que reconocer que cada vez que la izquierda en España entra en el poder termina siendo liberal y olvidándose de su sociedad y de construir alternativas para cuando se tengan que ir a los cuarteles de invierno. Desde la izquierda del PSOE o desde otras izquierdas españolas, es muy complicado escuchar alternativas aunque sean locas. Y sin esas alternativas sobre el debate, es imposible avanzar y pulir, edificar y modificar.
Y por cierto, lanzo una piedra contra los medios de comunicación en España que no están haciendo bien su papel de Cuarto Poder al cambiarlo totalmente por el poder del mercado. Una muestra más de que los poderes fácticos y reales controlan toda posibilidad de alternativa, aun sin darse cuenta de que el futuro será malo también para ellos.