Tomás Gómez es un político raro, seamos sinceros. Raro porque no es habitual que un político así llegue a las alturas sin ser demagogo y populista en un tamaño desagradable, raro por decirle NO al “jefe” y no perder la sonrisa, raro incluso y casi sobre todo, por parecer humano.
Los políticos en este santo país parecen disfrazados con coraza de Edad Media, detrás de medias sonrisas, de poses estudiadas, de frialdad, de mal aconsejados. En los momentos de crisis, las sociedades solicitan políticos normales, gestores con coraje y ganas, gente con inteligencia política y capacidad de control de la organización pero sin parecerlo. Nada se valora más que saber, poder, rodearse de amigos. Y Tomás Gómez ha sabido hacerlo.
Rodearse de gente tan valiosa para el PSOE de Madrid o incluso estatal, como Barroso, Sotillos, Leguina o Peces Barba es de premio. Es posible que se haya acabado la moda del político de diseño, guapo y elegante, con discursos bien construidos pero vacíos de sinceridad humana, bien trajeados y a la moda, capaces de entender de lo divino pero menos de lo humano. Igual hasta hemos salido ganado todos.
Rajoy querría parecerse a Tomás Gómez pues es de la misma clase de políticos, pero tiene un gran hándicap, no cuenta con un equipo ganador, fiel y sincero, no cuenta con gente que le rodee del mismo tipo de político raro pero muy sincero. Le falla la salsa y el vino.
Tomás Gómez tiene futuro, depende también de algunos golpes de suerte, es cierto, pero si sabe, saben, cuidarlo, puede dar sorpresas en este futuro en que necesitamos cualquier palo, para agarrarlo antes de ahogarnos.