Estamos todos observando como la ultraderecha está tomando posiciones democráticas en casi todos los parlamentos europeos en los que se presenta. Utiliza el sistema que todos tenemos, la misma libertad democrática que ellos mismos combatirían pues no creen en ella, es la que utilizan para hacer cuña y tener poder real. Es una historia vieja que ya se utilizó hace décadas con final sangriento. Aunque no siempre puede ser igual, es un riesgo enorme.
¿Es posible ser ultraderechista y no ser violento? ¿se puede ser demócrata y creer en el sistema actual siendo ultra? Son preguntas complejas de responder sinceramente y sobre todo de creer en su respuesta. Pero lo cierto es que si parte de la sociedad le da un apoyo popular en forma de voto y responsabilidad, todos deberíamos mirarnos el ombligo y analizar qué estamos haciendo mal, por qué está sucediendo esto en toda Europa, y sobre todo, hasta donde nos van a llevar estos cambios sociales.
Que no se nos olvide, es la propia sociedad la que da valor y poder a unas ideas antidemocráticas. No están obteniendo poder utilizando violencia ni engañando, simplemente es que hay una parte de la sociedad —que cada uno piense el tamaño de esta sociedad y su crecimiento— que sin saber a quien votar porque no les gustan los partidos tradicionales, acaban tras pasar un tiempo en la abstención, votando ideas populistas e incluso neosocialistas, nacionalistas conservadoras, viejas guardias, ideas de laboratorio social; buscando el voto del desencanto total, de la desesperanza mental más que real, del cabreo sumo. Unos se aprovechan de los errores de los otros. Unos son listos y los otros tontos. Unos engañan sin parecerlo y los otros parece que engañan. Mal vamos si no encontramos solución a los problemas reales de la gente real.