21.8.10

La motivación de la casualidad.

Nunca saber como empezar es un problema que tiene fácil solución. El truco consiste en escribir cualquier cosa que se te pase por la cabeza en ese mismo momento. No es muy efectivo para el desarrollo de la futura historia que, supongo, intentarás contar, pero seguro que te anima a seguir escribiendo y, por lo menos, podrás quitarte esa sensación de vacío que se tiene cuando se observa una hoja en blanco sin tener nada en el repertorio para poder llenarla de los desvaríos varios de los que dispones.

El problema de la comunicación es realmente el saber que decir o, si nos metemos más en el verdadero problema, si realmente deberías decir algo. Si algo falla, la comunicación será vacía y sin sentido, existente, pero sin una finalidad ni un objetivo a la vista. Así que los monólogos son un escudo frente al mundo exterior. Nadie puede juzgar lo que no escucha.
Pero en si mismo podemos clasificar el monologo como una especia de cobardía. No estoy hablando de los debates personales que todos podemos tener en nuestra cabeza (yo hablo solo, si quieren saberlo), sino de aquellos mítines que nos contamos a nosotros mismos para autoconvencernos de los mismo una y otra vez.
La solución es clara. Gritarle al mundo donde nadie te vaya a escuchar. Te cubres las espaldas y, a la vez, nadie te va a reprochar nada. Es como ir a gritar al campo. Si nadie te escucha es porque están lejos. La culpa, por tanto, es de ellos. Que hubieran venido también al campo.

Otro problema, incluso mayor que el primero, es no saber como acabar. Ayer por ejemplo estaba haciendo un ejercicio matemático y, aunque lo resolví, quería seguir haciéndolo. Era una especie de locura transitoria, sabía que ya estaba hecho, y que no podía sacar más de lo que había pero, aun así, intentaba seguir resolviéndolo. No hablo de volver a hacerlo, como el que escribe lo mismo una y otra vez (aunque con distintas palabras), sino de intentar continuar con un problema que, en realidad, ya no es tal, pues está solucionado.
A veces pasa eso con cualquier cosa.

En un documental sobre arte escuche a una profesora de pintura que decía: “Cuando vayas a dar tu última pincelada no la des, pues ya la has dado”. Se refería a que a veces el dibujo ya está perfecto y que somos nosotros los que, en busca de una perfección aun más perfecta que la pura perfección, la cagamos, básicamente porque no entendemos lo que es la perfección, nunca sabemos acabar.

¿Y qué pasa en el camino? Los desvaríos son tan abstractos como numerosos y aburridos. El no saber lo que alguien está queriendo decir, porque no está queriendo decir nada, es una de las lacras de la comunicación. La idea principal no puede faltar, pues siempre hay una “tesis” que pueda definir en pocas palabras lo que se está intentando explicar, aunque el autor no la sepa. Pero, ¿Es eso posible? Es decir, puede alguien escribir algo basándose en una idea central que ni el mismo capte.

Como en un cuadro abstracto en el que lo que imperan no son los paisajes o las vistas, si no las evocaciones (sentimientos a través de los sentidos). Si un autor hace algo sin saber que lo hace, como el ciego que pinta sobre un papel que no ve, y consigue evocar un sentimiento claro, ¿Es arte o coincidencia? ¿De quien es la propiedad moral? ¿Del que ha dibujado el cuadro o de la mera casualidad? Pues al igual que el pintor utiliza el pincel para realizar el cuadro (y no llamamos genio al pincel), puede ser la casualidad la que mueve los ejes que, de una manera u otra, acaben realizando el cuadro que evoque lo que la propia herramienta (el hombre) no quiere.

Partamos del hecho. Toda historia tiene una idea central. Un argumento definido en tres palabras.
Otro hecho: Toda acto puede ser descrito.
Otro más: Nuestra vida es un conjunto de actos, por lo que nuestra vida puede ser descrita.
Finalmente: Si nuestra vida fuera descrita, sería una historia. Si fuera una historia, ¿Cuál sería su idea central? ¿Cuál es mi tesis?

Pues, ¿Hasta que punto no somos más que viento mecido por el caos y la casualidad, autores de nuestra historia? ¿Hasta qué punto nuestras ideas existen y son nuestras, y nuestras de verdad? ¿Y si todo no es más que un espejismo verbal? ¿Y por qué he empezado a escribir? Y sobre todo ¿Por qué acabo aquí?