Mañana miércoles en el Parlament de Cataluña se decide si se prohíben las corridas de toros en Cataluña o si se dejan tal y como hasta ahora. Complicada decisión a la que tanto el PSOE como CIU han dado libertad de voto a sus diputados y con un resultado incierto.
Estamos en pleno siglo XXI y no es de recibo seguir maltratando a animales en público, como un espectáculo de pago, por mucho que tres este acto se encierre sin duda un particular arte. Todo es revisable en la historia de los pueblos, y sus manifestaciones festivas más que muchas otras órdenes de representación social.
No se trata de huir del nacionalismo español exacerbado, de la marca turística, del negocio que existe tras las corridas de todos, del que casi todos nos beneficiamos algo. Se trata de poner orden y abrir el debate.
Es posible que este ejemplo no sea seguido por el resto de territorios, pero tal vez es el momento de plantearnos si no se deberían modificar ciertas normas para convertir las corridas de toros en un espectáculo asumible por las culturas del siglo XXI. Cerrarse a los cambios lleva a la desaparición. Hoy no es asumible que hombres se enfrenten a muerte en un circo romano o en unas lanzas de la Edad Media. Respetamos más a los animales, al medio ambiente, odiamos todo tipo de tortura, luego hay que medir también las representaciones públicas que resulten violentas, aunque sean un gran negocio. Tal vez sea este el único problema que nos falta por resolver en el asunto de las corridas de todos. Su rentabilidad turística.
No es de recibo que aplaudamos mientras se tortura a un animal, después de pagar una entrada para ver como se le sacrifica en 20 minutos de tensa y desigual batalla. El camino está abierto al cambio y mañana será el día de ratificarlo.