Decía Romanones que para ser político hay que ser alto, tener buena voz y ser abogado. Lo de alto lo entiendo bien, pues nada impresiona más en el cerebro que mirar levantando la cabeza (el truco de ponerte girado cuarenta y cinco grados cuando te hacen una foto sonriendo lo aprendí de joven y así abres más los ojos). Pues lo de mirar hacia arriba debe abrirnos más la zona del cerebro que te dice —este tipo al que miras es superior, obedécele.
Lo de tener buen voz lo aprendí en mi servicio militar cuando haciendo de sargento (si, yo tuve que hacer 3 meses de sargento siendo cabo, pero esa es otra historia real) me enseñaron como decir ¡¡ar!! a la compañía con mi voz floja. Impresiona ver como te obedecen 200 tíos a la vez a un gritito de grulla con e al final. ¡¡aareeee!!
Pero lo de ser abogado es de premio. Claro, pensé al saberlo, será para no meterte en líos. Pero un amigo avispado me ha corregido. No, chato, es para meterles en líos a los otros. Vamos que para ser buen político hay que ser astuto y sagaz, saber bien el suelo sobre el que se pisa y saber poner zancadillas legales.
Romanones era un tipo maniobrero, capaz de esa frase y de otras mil mejores e incluso entre sus luces (tuvo muchas sombras) figura el “decreto de las 8 horas” que ahora parecen querer cargarse otros liberales pero más “neo” que el Conde de Romanones. Vamos un tipo con dos pares, una buena voz y por supuesto Derecho terminado y Doctorado. Pero no era alto y algo cojo, mecachis; y aun así triunfó. Nadie es perfecto.