El Estatut de Catalunya, a punto de salir modificado del Tribunal Constitucional, va a representar un punto y aparte de la historia de España. Incluso los propios magistrados lo saben y por eso están actuando con firmeza e incluso con preocupada…, no me atrevo a decir la palabra.
La situación es compleja; nunca se debería haber llegado a este punto. No es posible modificar sustancialmente una norma básica, después de ser refrendada por los catalanes y que estos no se sientan manipulados y ninguneados. Es imposible. Y hablo de todos los catalanes, de los que están por la independencia, de los federalistas o de los simplemente autonómicos. Todos sentirán dentro que el ciudadano no sirve para nada, que es falso que los poderes emanen de los ciudadanos y que somos libres y responsables para decidir.
Pero por otra parte también es cierto que en la reforma del Estatut se construyeron textos conflictivos que iban a chocar con una lectura restrictiva de la Constitución Española. Tal vez lo lógico hubiera sido plantearse antes la justificación de una reforma y/o modificación (o no) de la actual Constitución. Ahora, el problema es más grave que si se hubiera tenido inteligencia política hace cuatro años. Simplemente porque los ciudadanos se sienten rodeados de “enemigos” y los catalanes van a sentir que se les resta derechos y la conflictividad va a ser seria sobre todo si los líderes políticos catalanes no emplean la mesura. Y no la van a emplear pues se acercan meses complejos.
Pero de todos modos no hay que ver esta sentencia en el corto plazo sino en el medio y largo plazo—sin saber todavía cómo va a salir de las cocinas madrileñas— pues marcará relaciones políticas, sensaciones en una sociedad algo cabreada, nuevas esperanzas y deseos entre los catalanes, siempre responsables pero a la vez muy seguros de lo que quieren. Madrid tiene una gran papeleta y creo que la va a resolver mal. Ya veremos.