En los años 70 del anterior siglo (¡joder!, que duro suena), cuando ni teníamos cultura política ni bases de donde aprender, entre los jóvenes militantes de la izquierda discutíamos si era más importante tener un gran líder o una excelente organización o unas ideas muy claras. Todo era puro y nuevo, todo era prohibido, todo era teoría sin posibilidades de ponerlas en práctica todavía.
La mayoría optaba por potenciar la organización, las ideas. Pero siempre había algún jilipollas que pensaba en voz alta que disponer de un gran líder (si, del culto a la personalidad), era el camino más rápido, más seguro, más lógico para controlar, dirigir, organizar a lo que llamábamos entonces de forma coloquial y amigable “masas” cuando ahora llamamos sociedad.
Yo era de estos últimos. Ya entonces llevaba la contraria a todo lo que se meneaba.
Con los años abandoné la política activa para hacerme rico. Y como es lógico con mis pensamientos, soy tan pobre o más que entonces. Así que he retomado mis diatribas políticas, pero como con las masturbaciones, yo sólo y casi en silencio si no fuera por vosotros.
Ahora en Inglaterra estamos viendo que un líder desconocido está llevando de cráneo a los laboristas y conservadores porque presenta ideas nuevas, convence con su discurso, cuando tanta falta hay de líderes con capacidad. No tiene unas grandes ideas ganadores detrás, no dispone de una organización líder. Y posiblemente perderá. Pero de momento asusta a las grandes.
La mezcla de una gran organización bien organizada (algo muy complejo de sumar aunque redundante) y de unas ideas básicas y posibles, mantenidas para que la sociedad a la que representa no se sienta engañada, es fundamental. Pero sin la figura del líder, nada es posible. La sociedad necesita confiar en alguien con rostro y voz.
El médico es bueno, no por los libros que ha leído, ni por las notas de la universidad, ni por las enfermeras que tenga; es bueno porque inspira confianza, porque resulta cercano y capaz. Simplemente porque es creíble. En política sucede igual. La gente de la calle necesita soluciones a sus problemas y para ello además de ideas y de organizaciones abstractas para la gente de la calle, se necesitan personas que inspiren confianza, seguridad.
Por eso detrás de cada logotipo, de cada mensaje, de cada color de cartelería bonita, de cada programa electoral, debe haber, tiene que haber por encima de todo eso, una persona, un rostro, una voz, alguien conocido. La organización está para elegir a ese lider, para saber hacer bien el trabajo de aupar a la persona y poner a sus disposición todo el engranaje de la organización. Un trabajo muy necesario e imprescindible.
Ni nada más, ni nada menos.
Ni nada más, ni nada menos.
Si un político no es conocido, por muchas buenas ideas que tenga detrás, por muy grande y limpia que sea la organización que lo sustenta, no será nada en política. La gente vota, elije a personas, no a marcas, no a ideas. Si, efectivamente, faltaría más, hay de todo. Claro que si. Los fieles, los militantes, los simpatizantes, queremos ideas y programa como decía Anguita. Tanto lo repetía Anguita que nunca consiguió nada que no fuera saber que tenía razón, pero que con ella se quedó, sin resultados positivos.