Este es un relato típico de Taller de Escritura. El profesor te entrega un final y debes construir un relato, para que se adapte a este final preescrito.
¿Te atreves a escribir TU relato corto empleando el mismo final?
¿Te atreves a escribir TU relato corto empleando el mismo final?
En rojo, el final entregado por el profesor.
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Mi padre estaba fajado en el hambre que da la guerra y cuando nos contaba aquellos duros años, siempre omitía detalles que le venían del recuerdo pero que no deseaba entregarnos. Se le notaba pues se quedaba un instante callado y se le encendías los ojos con el brillo de la lágrima. Otras veces disfrazaba la verdad para no recordar lo malo.
Aprovechábamos las noches de verano en la bodega, cuando tras la cena nos quedábamos a media luz, admirando el cielo blanco que sólo se ve en mi pueblo. Hablaba sin parar como el que sabe que se le acaban las memorias, sin cejar en su empeño de que todo aquello no se perdiera en el olvido.
Aquella noche nos habló de una loma en medio de Guadalajara, limpia de árboles y llena de miedos. Nos contó como solo él sabía, que a su espalda tenían una hermosa arboleda de altos cedros con un estanque al que defendían como lo más importante de sus vidas, pues representaba un escondite perfecto para preservar al pueblo de una invasión.
Él se encontraba por delante, para ser el primero en avisar o si fuera necesario en morir; para que todos los demás estuvieran atentos en defender el soto. Y nos explicaba con orgullo responsable que estaba acompañado de un periodista de guerra venido de un país extranjero con el que no hablaba más que en gestos y que tomaba notas incluso de la textura de las piedras en una leve libreta.
Era la suerte de un turno. Nunca sabía nadie cuando podrían morir o vivir. Dependían del turno de guardia.
Le tocó un cambio en el amanecer, cuando el frío cala y la luz empieza. Cuando no apetece nada que no sea dormitar, sobre todo si se tiene el estómago helado. Vio sombras que se movían y sospecharon lo peor. Abrió más los ojos antes de avisar y por un instante pensó que eran todavía sueños, que a él no le tocaría nunca morir. Pero tras una sospecha vino otra y luego algo de ruido y tras ello la confirmación de que estaban empezando el ataque.
Nos dijo luego que se puso la escopeta a la altura de los ojos y empezó a disparar a las sombras, para que se enteraran sus compañeros de que empezaba la batalla, y que su compañero de trinchera se alejó unos metros hacia atrás, dice que para hacer fotos con más perspectiva.
Pero mi hija pequeña que es muy dada a poner color con sus preguntas, le dijo a su abuelo; ¿y mataste a alguien?, y entonces describió que aquel soto de cedros con un estanque, no existía. Ni el pueblo, ni el conflicto armado y lo que era más grave: el corresponsal que firmaba la crónica, era en realidad un aprendiz de ebanista de 15 años, que soñaba.
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