Los barómetros de la sociedad civil son un reflejo claro de lo que va a suceder. Lo han sido siempre. Antes de que los cambios sucedan, ya hay detalles, atisbos que se pueden explorar y encontrar, más claros que incluso las encuestas en donde todos tendemos a mentir algo.
En estos momentos la sociedad española solicita un cambio muy profundo (sin decirlo pero escuchando, diciéndolo con potencia a quien quiere escucharle o callando pero asintiendo).
Esto en realidad es malo. O entre malo y asqueroso. La sociedad empieza a estar harta del sistema, y eso es muy malo, pues todas las alternativas son peores o muy peores.
Cuando hablo de “la sociedad” no incluso a los fieles de todos los bandos. Los socialistas, los peperos o los nacionalistas, que aunque hartos también lo deben tragar y mascullar. El resto, que siguen siendo muchos y que representan el sentido del sistema (los fieles también se dan de baja ideológica y abandonan, más que cambiar) son los que entregan el gobierno hacia un lado o hacia otro o lo que es peor, abandonan como apuntábamos hasta límites de permitir que sucedan “cosas” que en otro momento social repudiarían.
La crispación hoy es interna. Se da en los talleres, en los hogares, en los bares, en las familias. Se critica a casi todo sin ser capaces de encontrar soluciones que no pasen la mayoría de las veces por barbaridades. Sobre todo por que quien plantea esos silogismos, suelen ser los más bocazas, los que gritan más.
Estás cargados de razones los que pretender acabar con el sistema. De razones que les han ido entregando los voceras de turno desde medios de comunicación contra todo. Hoy los tontos de baba que se creen que con Franco se vivía mejor, disponen de datos, saben defender sus opciones, han recogido verborreas de defensa cuando intentas explicar la violencia de un sistema dictatorial.
No creen en las libertadas colectivas porque con sus razones, explican las que vamos perdiendo, que también son. Hablan de castas políticas, de gastos innecesarios con datos, de ladrones con oposición, comparando barbaridades como los corralitos para dar miedo. Pero sin perder la sonrisa, sin ponerse irascibles, sin levantar la voz más de lo necesario para que sea la más elegante de las voces fuertes.
Son educados incluso.
Tenemos la suerte de que en estos momentos no hay base suficiente para temer bandazos, pero mucho cuidado con seguir jugando con fuego sin tener agua cerca, que al final nos podemos quemar todos.