Tengo una amiga viuda con dos hijos veinteañeros. Dos hombres que casi están en el paro, trabajando a ratos y eso que uno logró terminar una carrera universitaria y el otro una FP.
Está más que quemada, a punto de romper con su vida.
Sus hijos no le ayudan en nada, no ya económicamente, sino que tiene que trabajar desde las 6 de la mañana hasta la noche para levantar la casa, mientras ellos disfrutan de coche y garaje, de vacaciones con amigos, de ropa de marca que sigue pagando la mamá, de búsqueda de empleo irregular, de tardes ociosas y mañanas aburridas.
Los fines de semana, ella tiene también que trabajar, y al haber menos autobuses públicos se tiene que levantar más temprano; y no ha conseguido que ninguno de sus hijos le lleve en el coche hasta el trabajo. Lo pide y tras buenas palabras ellos se remolonean y la madre, al fin y al cabo madre, cede y se va llorando, porque no consigue lo que ella cree se merece. Han aprendido a no cabrearse, porque así les va mucho mejor, importándoles un huevo cómo se siente su madre, la que les da de comer y les limpia los mocos, con más de 26 años y con más pelos en los huevos que yo.
Es abuso e incluso violencia psicológica, y no podemos hacer nada.
Yo no puedo hacer casi nada porque no me da permiso para intervenir, insiste como toda mujer maltratada que no se puede hacer nada y que ellos lo tienen que ver.
Pero si la mujer al fin, se rebela y huye, todos seremos culpables.
Estoy hasta los cojones de la inhumanidad, de una generación joven que en una parte es imbécil y jeta. La gente como yo, de 50 tacos para arriba, creíamos que la libertad por la que luchábamos en los años 70, era algo que serviría para vivir TODOS mejor y no una herramienta de abuso de los más jetas.
Si su padre (mi amigo) levantara la cabeza, los correría a hostias de las prohibidas, de las de hacer daño, mecaguenlaos. Todo se andará.
Está más que quemada, a punto de romper con su vida.
Sus hijos no le ayudan en nada, no ya económicamente, sino que tiene que trabajar desde las 6 de la mañana hasta la noche para levantar la casa, mientras ellos disfrutan de coche y garaje, de vacaciones con amigos, de ropa de marca que sigue pagando la mamá, de búsqueda de empleo irregular, de tardes ociosas y mañanas aburridas.
Los fines de semana, ella tiene también que trabajar, y al haber menos autobuses públicos se tiene que levantar más temprano; y no ha conseguido que ninguno de sus hijos le lleve en el coche hasta el trabajo. Lo pide y tras buenas palabras ellos se remolonean y la madre, al fin y al cabo madre, cede y se va llorando, porque no consigue lo que ella cree se merece. Han aprendido a no cabrearse, porque así les va mucho mejor, importándoles un huevo cómo se siente su madre, la que les da de comer y les limpia los mocos, con más de 26 años y con más pelos en los huevos que yo.
Es abuso e incluso violencia psicológica, y no podemos hacer nada.
Yo no puedo hacer casi nada porque no me da permiso para intervenir, insiste como toda mujer maltratada que no se puede hacer nada y que ellos lo tienen que ver.
Pero si la mujer al fin, se rebela y huye, todos seremos culpables.
Estoy hasta los cojones de la inhumanidad, de una generación joven que en una parte es imbécil y jeta. La gente como yo, de 50 tacos para arriba, creíamos que la libertad por la que luchábamos en los años 70, era algo que serviría para vivir TODOS mejor y no una herramienta de abuso de los más jetas.
Si su padre (mi amigo) levantara la cabeza, los correría a hostias de las prohibidas, de las de hacer daño, mecaguenlaos. Todo se andará.