Curiosamente el miedo a la muerte se va perdiendo según uno se acerca a la edad teórica de su encuentro.
Eso si, aumenta el miedo a la enfermedad incapacitante, a la asistencia total.
De niño todos tenemos algunos episorios de miedo a la muerte que nos paraliza al menos unos instantes. Descubrimos la muerte como algo real, que nos sucederá, que les sucederá a los que nos rodean.
Creemos todavía que puede ser evitable, que tal vez no siempre sea real, pero poco a pocovamos asumiendo este hecho y lo aceptamos.
Cuando la edad empieza a pesar, cuando ya hemos visto a grandes compañeros que se nos han ido, se asume como "normal" el propio hecho de la muerte, y uno suele encontrar la paz en esta asimilación, porque entiende que es inevitable.
Nadie desea la muerte, excepto los enfermos graves, pero se empeiza a valorar más la vida, una vez que se sabe que al final está la desaparición física.
Los creyentes lo tiene más fácil, creen en la esperanza de una nueva vida y esto les da ganas de pensar en el futuro, sin este cuerpo. Pero los no creyentes asimilan que este es un trayecto casual, y que la suma de toda la experiencia les hace disfrutar de su camino ya andado.
Asumir la muerte es un signo de madurez.
Quienes no la asumen, sufren más.
Eso si, aumenta el miedo a la enfermedad incapacitante, a la asistencia total.
De niño todos tenemos algunos episorios de miedo a la muerte que nos paraliza al menos unos instantes. Descubrimos la muerte como algo real, que nos sucederá, que les sucederá a los que nos rodean.
Creemos todavía que puede ser evitable, que tal vez no siempre sea real, pero poco a pocovamos asumiendo este hecho y lo aceptamos.
Cuando la edad empieza a pesar, cuando ya hemos visto a grandes compañeros que se nos han ido, se asume como "normal" el propio hecho de la muerte, y uno suele encontrar la paz en esta asimilación, porque entiende que es inevitable.
Nadie desea la muerte, excepto los enfermos graves, pero se empeiza a valorar más la vida, una vez que se sabe que al final está la desaparición física.
Los creyentes lo tiene más fácil, creen en la esperanza de una nueva vida y esto les da ganas de pensar en el futuro, sin este cuerpo. Pero los no creyentes asimilan que este es un trayecto casual, y que la suma de toda la experiencia les hace disfrutar de su camino ya andado.
Asumir la muerte es un signo de madurez.
Quienes no la asumen, sufren más.