Los sindicatos de clase se refundan en España en los años 70 como organizaciones obreras que además de defender a los trabajadores ante los empresarios sátrapas intentaban cambiar la sociedad para hacerla más equitativa.
Pero el sistema supo engrasar muy bien el funcionamiento de los sindicatos, agrabado el asunto ante la baja afiliación de los trabajadores.
Si la mayoría de los trabajadores de este país hubiera decidido estar afiliado a un sindicato, no tendrían que beber estos para sobrevivir de financiaciones formativas o de otro índole.
La culpa pues no la debemos depositar en el campo de las organizaciones sindicales sino en el de los trabajadores que han optado libremente por pasar olímpicamente de la afiliación de clase.
A partir de este retrato, es muy complejo exigir a los sindicatos que cumplan su función fundamental, pues saben que por encima de todo está sobrevivir para que al menos los abusos no se realicen con total impunidad.
Ante la crisis los sindicatos deben posicionarse con suavidad, pues saben que tienen la espada de los despidos masivos encima de sus cabezas, pero siendo esto cierto, lo es más que las labores de críticas al sistema se deberían haber efectuado cuando los beneficios eran moneda corriente en la mayoría de las grandes empresas.
Olvidan a veces por cierto que la inmensa mayoría de los trabajadores laboran en pequeñas o medianas empresas, alejadas de la realidad sindical de los funcionarios y de las grandes empresas.
Cuando los sindicatos se desvincularon de los partidos políticos, en los años en los que las presuntas izquierdas empezaron a gobernar en la España democrática, cometieron un gran error según mis ideas, pues confundieron Gobierno con partido. Una cosa debería haber sido, debería seguir siendo ahora, un Gobierno socialista y otra bien distinta un partido y un sindicato que sujetan a ese Gobierno.
La separación de funciones entre Gobierno y Poder Legislativo no se supo jugar bien y en pleno error, los dos sindicatos mayoritarios decidieron romper los lazos ideológicos pero no económicos ni sociales porque no pueden, debilitando las organizaciones obreras.
Unos sindicatos con presencia en los partidos políticos, y unos partidos políticos con presencia en los sindicatos serían una herramienta más eficaz para defender ante las crisis a los más débiles.
Me cachis la mar salada.
Pero el sistema supo engrasar muy bien el funcionamiento de los sindicatos, agrabado el asunto ante la baja afiliación de los trabajadores.
Si la mayoría de los trabajadores de este país hubiera decidido estar afiliado a un sindicato, no tendrían que beber estos para sobrevivir de financiaciones formativas o de otro índole.
La culpa pues no la debemos depositar en el campo de las organizaciones sindicales sino en el de los trabajadores que han optado libremente por pasar olímpicamente de la afiliación de clase.
A partir de este retrato, es muy complejo exigir a los sindicatos que cumplan su función fundamental, pues saben que por encima de todo está sobrevivir para que al menos los abusos no se realicen con total impunidad.
Ante la crisis los sindicatos deben posicionarse con suavidad, pues saben que tienen la espada de los despidos masivos encima de sus cabezas, pero siendo esto cierto, lo es más que las labores de críticas al sistema se deberían haber efectuado cuando los beneficios eran moneda corriente en la mayoría de las grandes empresas.
Olvidan a veces por cierto que la inmensa mayoría de los trabajadores laboran en pequeñas o medianas empresas, alejadas de la realidad sindical de los funcionarios y de las grandes empresas.
Cuando los sindicatos se desvincularon de los partidos políticos, en los años en los que las presuntas izquierdas empezaron a gobernar en la España democrática, cometieron un gran error según mis ideas, pues confundieron Gobierno con partido. Una cosa debería haber sido, debería seguir siendo ahora, un Gobierno socialista y otra bien distinta un partido y un sindicato que sujetan a ese Gobierno.
La separación de funciones entre Gobierno y Poder Legislativo no se supo jugar bien y en pleno error, los dos sindicatos mayoritarios decidieron romper los lazos ideológicos pero no económicos ni sociales porque no pueden, debilitando las organizaciones obreras.
Unos sindicatos con presencia en los partidos políticos, y unos partidos políticos con presencia en los sindicatos serían una herramienta más eficaz para defender ante las crisis a los más débiles.
Me cachis la mar salada.