Los cambios son inesperados.
Un día te levantas como cualquier otro esperando poder volver a quejarte por la asfixiante agonía de la monotonía diaria cuando se produce una transformación secreta que visualizamos con recelo.
El cambio es un enigma. Huele a nuevo, es inalienable a la propia existencia, y es mas viejo que la misma. El tiempo es cambio. Y como la vida es tiempo podemos intuir, y la experiencia nos corroborara la certeza, que la vida es cambio.
El cambio es renovación. El cambio es el paso hacia el nudo, desde la tímida introducción, es el desenlace de la acción. Es futuro y es presente, es un viaje incipiente en la nueva forma de vivir, y cambiar.
Y odiamos los cambios, y amamos los cambios, y luchamos por los cambios. Nos frustramos al ver la, visualmente, incorrelación existente entre nuestras acciones y los mismos.
Nos culpamos de los cambios, los tememos, los lloramos, los recordamos.
No hay forma humana de avanzar por el tiempo intentando no cambiar. Quien lo intente está destinado a morir. Y si bien a una persona poco le importe, a la larga, el fútil y ultimo cambio de la vida, para una idea, un proyecto, una ilusión, un futuro creado… la muerte es su perdición.
El cambio no espera. Ni mira por nosotros. El cambio no vela por nuestra seguridad, ni por la supervivencia del más fuerte, ni del más listo, ni del más hábil. No tiene compasión, ni bondad, ni maldad, ni interés. Solo espera ser dominado por aquel al que intenta cambiar.
Solo espera que abramos los ojos y empecemos a actuar, para no rendirnos ante el cambio, para poderlo cambiar.