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No hay nadie, estoy solo en el pueblo, es el viento que ha entrado para ver quien estaba en esta casa que casi siempre está vacía. Vigila sus moradas y se balancea entre las habitaciones porque el resulta sospechoso que alguien esté ocupando espacio y tecleando sobre una pantalla.
No se si saludarle o no darme por enterado. Espero que no se enfade, simplemente le estoy haciendo compañía en unos días de escape físico y mental.
¡Calla!,le digo con voz baja, soy amigo, y me encanta que entres en mi habitación porque se que tú espantas a las mosquitos. Hazte amigo mío y yo te recordaré.
Pero él ni me mira, pasa veloz a esconderse tras otra ventana abierta y al poco vuelve otra vez a jugar conmigo en otra volada de viento.
Nos respetaremos.
Creo.