cayucos y pateras, qué desconsuelo,
fronteras y aduanas, más de lo mismo.
Encima de las nubes se pudre el cielo,
el mes de octubre estrena su ropa vieja,
las urnas amenazan con Maquiavelo.
El mar es un enfermo que no se queja,
la duda el purgatorio del ser humano,
la paz lleva una bala entre ceja y ceja.
Misterios dolorosos del ciudadano
que no comulga con ruedas de molino
ni confunde a Jesús con el Vaticano.
Tropezando y cayendo se hace camino,
corrigiendo con gallos la partitura,
sobornando a la lámpara de Aladino.
Riendo por la calle de la amargura,
cantando por la esquina del desencanto,
subiéndole las faldas a la cultura.
En román paladino y en esperanto,
la lengua de mi gozo y de mi tormento,
la mina de los lápices que amamanto.
Perdóneme el lector si en algún momento
las musas me retiran su confianza
como la ciencia infusa su sacramento.
En manos de la virgen de la esperanza
deposito otro lunes mi testamento
¿lo firma don Quijote? No, Sancho Panza.
No se los robo, Joaquín, los presto de donde los deja para que algún despistado los lea desde aquí, para darle prestancia a esta página que empieza, para sin ganar, no perder. Su voz suena al recitarse, vive incluso sin estar aquí, en mi cuarto. Es la música.