Hemos (entre todos) conseguido montar una sociedad en la que se han desactivados todos los mecanismos de crítica y defensa contra las injusticias, a base de saber tensar la cuerda justo hasta el punto en el que esta, peligra y produce fricción.
De esta manera nos hemos convertido en borregos que acuden al pito del pastor y que nunca se plantean el cambio, porque toda posibilidad es siempre en teoría peor.
Estamos mal, pero no tan mal como para pelear por un cambio, como para defender las ideas propias o el futuro porque nos han enseñado a que sólo se vive el presente.
Como filosofía psicológica está bien, como planteamiento de futuro es un tremendo error. El futuro existe, y si bien no lo podemos disfrutar nunca, lo tenemos que ir preparando en el día a día, en el presente. Pero en cambio no aportamos esfuerzo para que cuando llegue lo haga en buenas condiciones.
Nos cuentan incluso que todos los poderes saben de nuestro sufrimiento, de nuestra crisis, pero nunca se plantean soluciones posibles, sobre todo si con ellas viene la pérdida de algún tipo de poder, sobre todo económico, por parte de los que controlan las parcelas del mando.
Tenemos a la juventud entretenida con botellones y drogas, a los adultos con hipotécas y miedos y a los jubilados con fútbol y miedo por las pensiones. Todo perfecto para tener una sociedad aborregada.
¿Pero somos conscientes de que por cada joven que no se emancipa se crea una familia herida y se trunca la posibilidad natural de que se desarrolle el círculo lógico de sustitución generacional? Por cada joven al que le negamos el sueldo, estamos empobreciendo el país sin límite, y lo que resulta más curioso, sin responsabilidad de nadie.
El empobrecimiento de toda una generación es el de una economía que se resentirá. La pérdida de las clases medias en toda una generación entera (y entrando en la segunda consecutiva), supondrá un gran problema para la España de este primer medio siglo, que no está sentando las bases de un crecimiento social en calidad.
De esta manera nos hemos convertido en borregos que acuden al pito del pastor y que nunca se plantean el cambio, porque toda posibilidad es siempre en teoría peor.
Estamos mal, pero no tan mal como para pelear por un cambio, como para defender las ideas propias o el futuro porque nos han enseñado a que sólo se vive el presente.
Como filosofía psicológica está bien, como planteamiento de futuro es un tremendo error. El futuro existe, y si bien no lo podemos disfrutar nunca, lo tenemos que ir preparando en el día a día, en el presente. Pero en cambio no aportamos esfuerzo para que cuando llegue lo haga en buenas condiciones.
Nos cuentan incluso que todos los poderes saben de nuestro sufrimiento, de nuestra crisis, pero nunca se plantean soluciones posibles, sobre todo si con ellas viene la pérdida de algún tipo de poder, sobre todo económico, por parte de los que controlan las parcelas del mando.
Tenemos a la juventud entretenida con botellones y drogas, a los adultos con hipotécas y miedos y a los jubilados con fútbol y miedo por las pensiones. Todo perfecto para tener una sociedad aborregada.
¿Pero somos conscientes de que por cada joven que no se emancipa se crea una familia herida y se trunca la posibilidad natural de que se desarrolle el círculo lógico de sustitución generacional? Por cada joven al que le negamos el sueldo, estamos empobreciendo el país sin límite, y lo que resulta más curioso, sin responsabilidad de nadie.
El empobrecimiento de toda una generación es el de una economía que se resentirá. La pérdida de las clases medias en toda una generación entera (y entrando en la segunda consecutiva), supondrá un gran problema para la España de este primer medio siglo, que no está sentando las bases de un crecimiento social en calidad.