Yo no soy de los que gustan de fuego, incluso temen al fuego amigo tanto como al enemigo.
Y creer tener razón y razones para emplear la violencia contra las personas, las cosas y las ideas, me parece una actividad ajena totalmente a la política. Y para más pena interna, no me da igual que la violencia la ejerzan uno u otros. Cuando la realizan los que pregonan la paz y la igualdad, el humanismo y el diálogo como métodos políticos, me jode mucho más.
Uno puede estar en contra o a favor de la Monarquía, incluso no estar posicionado, pero nunca se debe utilizar la imagen asquerosa de la quema de símbolos, de imágenes, de ideas por otros respetados.
¿Se imaginan a un servidor (yo no me lo imagino) quemando en la playa de Cambrils unos retratos boca abajo de Tarradellas, que me pareció siempre un excelente político? Pues igual me rompen la cara antes de darle la vuelta del todo al cartel. O mejor dicho, casi seguro.
Se puede ser joven, independentista, catalán, de izquierdas, parado, cabreado, de fin de semana y acompañado de amigos más cabreados todavía.
Pues bien, aun así hay que ser inteligente.
Y sobre todo los dirigentes de los partidos de verdad, los que son adultos por fuera, tienen que ser más maduros y no perder el control de las bases jóvenes, porque todo tiene un precio a pagar, que a veces resulta muy caro. Se lo digo desde donde ustedes saben, y con jóvenes que me rodean de vez en cuando.
Si se quiere estar en contra de la Monarquía, con dos bemoles se hace desde los adultos llenos de razones y opiniones, en los lugares democráticos que hay para ello, pero sin lanzar a los jóvenes a la calle a quemar, que luego igual se mean en la cama.
De nada.