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Es un pueblo y todavía queda esa costumbre ya casi perdida en los recuerdos, de que las puertas sean los pórticos abiertos de las moradas en las que cualquiera se podía asomar para avisar a los dueños de que se deseaba entrar.
Nunca se accedía sin permiso, pero uno se asomaba porque siempre estaban abiertas y se gritaba.
Daba igual que estuviera el pestillo echado desde fuera, una puerta estaba abierta mientras nada te impidiera entrar.
Ahora los pestillos los ponemos por dentro.