Hoy un conocido cliente ha reventado literalmente en sollozos cuando le he preguntado que tal llevaba el día. Su padre había fallecido hacía una semana. Era una persona muy mayor, pero la muerte para cada uno de nosotros no conoce ni edades ni momentos.
Muchos no nos preparamos para la muerte, ni para la nuestra ni para la de los seres queridos que nos rodean.
Y rompemos la vida cuando nos llega la muerte a través de alguien querido. Sabemos que nos llegará, pero como en muchos casos, siempre pensamos que eso les sucede a los "otros".
Prepararse para la muerte es una asignatura pendiente, que debemos tener claro sin que nos duela en el alma, y sin que sea algo que debemos omitir de nuestros pensamientos, porque es inevitable y lógico.
Es además esta, la única forma de vivir mejor y más cada momento de nuestra existencia. Tenemos el presente, tuvimos el pasado, pero no sabemos si tendremos el futuro.
Por eso y en su justa medida debemos vivir cada instante, cada momento que nos regalamos a nosotros mismos.
Yo esta noche pienso hacer para la familia un arroz indú con especias orientales y una pizza de salami, regado con un pajarilla del año algo dulce.
Si cocinar es lo que me gusta, no puedo hacer otra cosa que compartirlo con los que más quiero y que ellos me ofrezcan su opinión.
Reunirnos en una mesa y hablar del día a día sirve para demostrar que seguimos vivos.
Nota.: Leo este texto en el año 2022, han pasado 15 años, y recuerdo perfectamente ese momento, ese dolor, esa sensación que tuve en los segundo que transcurrieron entre que mi cliente de muchos años se puso a llorar desconsoladamente, y su explicación de los hechos. —¿Qué sucedía?— me pregunté. No hace mucho que lo volvía a saludar en una exposición. El cariño entre personas se comparte de muchas maneras.