Este fin de semana me ha tocado organizar el jardín para la primavera. Mi jardín se compone de 30 macetas y dos bancos pero es algo maravilloso arreglarlo y limpiar las hojas secas, repintar los bancos y replantar las macetas que ya se han hecho viejas, poner tomates, rabanetas y perejil en algunas.
Muy bonito todo.
Yo a mis hijos les invito a tamaño trabajo para que disfruten conmigo, pero ellos —que me quieren mucho— me dicen que no, que como es un trabajo tan gozoso me lo dejan a mi sólo.
Yo recuerdo que cuando mi padre pintaba el piso le solicitaba que me dejara pintar algo y siempre me decía que no, que me mancharía. Y no sabéis vosotros lo que me jodía.
Ahora yo a mis hijos les dejo muy a gusto que me pinten el piso entero si lo quieren hacer, pero estamos en las mismas, me dicen que no porque no me quieren amargar el día y que como todavía tengo en el subconsciente aquel trauma de niño de cuando mi padre no me dejaba, lo mejor es que pinte yo solito el piso para disfrutar tremendamente.
Algo estoy haciendo mal como padre, debo ser un egoísta asqueroso porque no me entienden lo que les quiero regalar, la felicidad que le entrego con simpatía y cariño.
Casi seguro que tendré que ir al psicólogo.