Lo encontré cerca de Galilea, la española, la que está en la isla de Mallorca, dentro de una cafetería de pueblo con estufa de leña. Me pareció un lugar tan cálido, tan bien puesto, tan útil con sus revistas dispuestas para ser leídas por los clientes, que tuve que pedir permiso para la foto porque no me atrevía a romper el encanto con un robo.
Su café era bueno, la amabilidad suficiente para ser extraños, la luz que entraba por los ventanales un regalo más, y la zona del fondo un trozo de cielo que es posible que algún día les enseñe, porque está mi señora sentada y pensando y eso es mucha osadía por mi parte.
Lugares así, a 0,90 euros el café, engañan a cualquiera de que es posible la felicidad mirando con buenos ojos.
Su café era bueno, la amabilidad suficiente para ser extraños, la luz que entraba por los ventanales un regalo más, y la zona del fondo un trozo de cielo que es posible que algún día les enseñe, porque está mi señora sentada y pensando y eso es mucha osadía por mi parte.
Lugares así, a 0,90 euros el café, engañan a cualquiera de que es posible la felicidad mirando con buenos ojos.