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Siguió viva después de muerta, porque quedó atrapada a la vista de los demás, porque no quedó perdida entre miles de iguales hojas en el suelo, listas para ser pisadas y recogidas.
No sabemos —ni ella ni yo— cuanto tiempo aguantará en esta posición, yo todas las mañanas la veo a través de mi ventana del trabajo y la sonrío. Ella acostumbrada a las nieblas no lo hace, pero ayer brillando ligeramente por un sol que quiso pintarla, se atrevió a dar matices alegres a la alambrada.
Nunca se sabe cuándo uno se muere del todo.