
Pero no soportó que le pintaran con rayujas ni que le pusieran pegatinas de no sabía bien qué.
Así que anoche se bajó y decidió no volver a subir más a su atalaya. El callejón sin salida se ha quedado sin indicación, y eso es muy peligroso porque cualquiera puede caer en la trampa y entrar sin saber que ya nunca más podrá salir.
Ahora espera a que alguien la robe y se la lleve a su cuarto para decorar una pared de color fuerte.
Igual es más feliz así, nunca se sabe bien.