Mis primeros payasos fueron los Hermanos Tonetti. Maestros de tan noble y complicado trabajo en directo, que llenaban ellos solos de público del Circo Atlas. Después (y antes) los han copiado miles de personas con buena fe y millones de "sosarras" que se creyeron aquello tan simple de que con hacer uno de tonto y otro de listo ya era pasaporte para contar historias graciosas.
En los últimos años he visto diversas clases de payasos en programas de televisión que se dicen serios y en capítulos de series que se hacen como churros en una fábrica llena de nervios y estrés.
Mientras, los auténticos están escondidos, se dedican a trabajar en ONGs o se mueren de pena y hambre. Está claro que todo cambia, y también que algunos roban el nombre de los oficios para creerse profesionales de la nada.
Yo tengo un amigo payaso, un payaso de los serios, de los que te hacen pensar. De los de nariz redonda y roja que dice verdades como puños. Dicen que es un payaso para adultos. Como si los niños no necesitaran payasos serios.
Seguimos teniendo un buen números de actores que nos hacen reír o llorar, pero yo a los payasos que critico son a los que dan pena con sus mentiras, a los que van de traje y de guapos para contar miserias ajenas escondiendo las suyas.
Lo curioso es que a estos les molesta que les llamen payasos, noble oficio donde los haya. O noble afición por explicar la vida a su manera, detrás de su envoltorio de buena gente.
Seguimos teniendo un buen números de actores que nos hacen reír o llorar, pero yo a los payasos que critico son a los que dan pena con sus mentiras, a los que van de traje y de guapos para contar miserias ajenas escondiendo las suyas.
Lo curioso es que a estos les molesta que les llamen payasos, noble oficio donde los haya. O noble afición por explicar la vida a su manera, detrás de su envoltorio de buena gente.