20.3.25

Pista de Silla 3: Los Ayuntamientos ante la Crisis de otros


En la vida hay que escoger entre un gran amor o un gran dolor (Kallifatides)

Qué son los ayuntamientos ante una desgracia colectiva. A quién representan si es que lo hacen. Qué catadura moral y personal tienen nuestros primeros políticos: la de expertos gestores, la de disciplinados militantes sin jugarse su prestigio ni patrimonio,… Y la respuesta hoy, como siempre, depende.

Son piezas de un puzle llamado instituciones de la huerta sur de Valencia.

Cuando hubo un momento en la historia en que los consejeros del ciento fueron los mejores, se integraron desde un liderazgo moral y gremial nunca como partes de un clan en los primeros ayuntamientos medievales en que sí se debatió cuando hoy se votan mociones. Los que llevó la Corona de Aragón al reino de Valencia.

La apariencia de democracia en la alternancia, las leyes externas que dictan a las entidades locales hasta dónde y cómo organizarse, su límite de gasto, cómo pueden o no regalar esfuerzos y personal a otros ayuntamientos necesitados, se han alejado de la claridad medieval. Y a los alcaldes y los partidos de la oposición ya no se les entiende, se han vuelto tan retóricos como los discursos leídos de Mazón o el soniquete de los diputados socialistas colocando para dar énfasis un acento en un adverbio de modo donde no toca.



La Pista de Silla discurre entre Valencia y esta localidad, es una plataforma que empantana las aguas porque no les permite alcanzar la Albufera. Se trata de una obra de conexión de ejecución nada ejemplar aunque con relato: porta un bonito y humano nombre de camino real que nos conduce parece que surgiera de un desdoblamiento de una pista para tartanas para dar acceso a los arrozales y estuvo cortada durante muchos trágicos e inolvidables días que glosaron la crisis del municipalismo español.

Es esta pista como esas típicas vías de transhumancia que inicialmente los ayuntamientos asfaltan para, con ello y nunca sin saberlo, dar derechos a las urbanizaciones ilegales de torres, o parcelas, o barracas… que por electoralismo se convierten en alegales si pagan ciertos impuestos y servicios a posteriori. Cómo vamos a tolerar pozos negros que nos recuerden que la huerta de Valencia o la periferia de Zaragoza fueron Bombay. Los ayuntamientos y su gestión fueron otrora amor, hoy siempre dolor y antesala previa al desbordamiento de barrancos de la muerte, al hundimiento de barrios en un término llamado cascajo o malpaís.



No siempre fuimos así. Los municipios valencianos como los aragoneses arrancan de los romanos de la provincia tarraconense, de su red urbana insertada en medio de castros celtíberos, compuesta por ciudades rutilantes y pintadas para que se vieran desde lejos, que fueron el hogar de colonos italianos que importaron gremios hasta de Roma como manifiestan los frescos de Bílbilis. Con mucha organización propia y por conveniencia de así obtenerse por sus pobladores la ciudadanía romana, las civitas sin llegar a urbs controlaban mediante largos acueductos su abastecimiento de agua y a través sus ciudadanos dieron en su segunda o tercera generación generales, filósofos o emperadores. Se fundaran en la Bética, la provincia por antonomasia Provance, la misma Galia Cisalpina de donde es Ancelloti –gran ejemplo de colono hasta por la pinta-, la costa de Dalmacia o hasta en Dacia, ello es la respuesta a cómo una pequeña ciudad itálica consiguió por conversión jurídica y ventajismo un imperio inabarcable.



Decaídas las ciudades y provincias romanas en época bárbara, el califato omeya andalusí con apoyo de su estrato judío controló desde Córdoba a Narbona, incluida la capital goda Toledo, toda una red de núcleos urbanos importantes y sus territorios adyacentes agrícolas (llamados madina), con o sin puertos (marsa). Algunos de ellos futuras cabeceras de los reinos taifales, ejerciendo como capitales (hadra). Todos gobernando con una red de núcleos de repoblación fortificados, aldeas o huertas de sus dirigentes con pozos y jardines (hisn, qalat, qarya de donde surge alquería, munias de las que quedan algunas referencias tanto en la toponimia aragonesa como la valenciana…).

De ningún modo las alquerías se construían próximas a ramblas sino que en las taifas de Valencia, Denia, Tortosa y Saraqusta-Tudela, las poblaciones se erigían sobre fortificaciones construidas y mantenidas por campesinos libres y propietarios de sus tierras con un castillo central estructurador, hisn o qalat, encargándose las comunidades de la defensa del territorio y gestión de bienes agrícolas, incluyendo la construcción y mantenimiento de acequias. Así para encontrar un caíd, origen de alcalde y representante como juez del emir o la taifa, había que llegar hasta lo que hoy consideramos cabeceras comarcales. Siendo la huerta valenciana o zaragozana patrimonio directo del soberano de turno musulmán.



Las ciudades musulmanas y primeras cristianas, hasta su cierre por murallas, fueron un conjunto dispuesto de alquerías, barrios o harat y, en todo caso, arsenales (alsinas) y la condición de pequeña urbe la adquirían por ser sede de varias mezquitas, alguna madrasa y especialmente padecer a un almojarife, es decir un funcionario encargado de la recaudación de los impuestos. Asimismo debían contar con un cementerio fuera de las murallas contra vientos dominantes, un hammam o baño comunal por barrio, el suq o zoco y finalmente un qasr o alcazaba como refugio de su clase dirigente. Suministrándose de fuentes, pozos y nunca de ramblas cercanas el agua de cada jardín u oasis, lo que puede comprobarse en la huerta de Murcia y urbanización de Fez y Mequinez.

A diferencia de las villas de repoblación cristianas, promovidas en forma de bastida y con fueros francos por Castilla, Aragón o Navarra, las ciudades musulmanas no contaban con instituciones de gobierno propias, fueros, ordenanzas ni eran puramente administradas. Así iban apareciendo o desapareciendo arrabales según desplazamientos de personal, esa contradicción que encontramos en el no urbanismo de Doha o Dubai y sus barrios amorfos para la mano de obra pakistaní.

En todo caso, las ciudades musulmanas, heredada la cuestión por ciudades como Valencia, sí tenían cierta base de equilibrar a los representantes del poder con representantes de cofradías y comunidades de barrios, de oficios, o también de culto. Ello permanece aún hoy en la organización de las cofradías aragonesas de Semana Santa o las organizaciones falleras y para las fiestas de moros y cristianos levantinas.



En las pequeñas villas cristianas de nueva fundación o repoblación sobre las musulmanas, un castaño plantado en su plaza o un porche de columnas añadido a su iglesia románica en su nueva entrada sur –la principal inicial se situaba al oeste pues el ábside debía mirar a Jerusalén- oficiaron de conexión entre las primeras comunidades rurales de varias familias con la divinidad, a través de dioses minerales.

Los niños jugábamos por grupos o cuadrillas a ocupar y escrutarnos las ramas seguras lo más altas posibles de estos árboles de plaza. La lucha por el poder municipal, la jerarquía, la otorgaban por origen y por audacia un jurado de abuelos con la mirada, marcaban el destino como concejal, juez de paz.

Eliminando sin palabras a quienes dieran síntomas de no poder llevar el peso del karma de cada pueblo, de su historia y su pathós, de todas las batallas nunca dadas por sus habitantes. Porque entre ruinas todos somos iguales, es difícil hallar un ejemplo de comunismo o cooperativismo arraigado en pequeñas comunidades porque las ideas que generan idealistas van de arriba abajo sin toma de tierra. Así, los incapaces de capitular ante los sistemas locales digan lo que digan las leyes y como demostró el crimen de Fago tienen que salir y echarse al monte. Porque cada pueblo viejo permanecerá en sus tradiciones, dogmas y leyendas falsas, siendo ridículo hasta costar la vida imponer esas normas que Napoleón decía que eran más claras y naturales, como que para tener pasto debes dormir más de 186 días en una casa sin condiciones...



Qué poca cintura, recordó Mainar. Porque en ninguna comunidad pequeña ser joven es una suerte sino una desgracia. En las de interior y lo vaciado el pasado es más importante que el presente y conversamos con más personas en el cementerio que en el bar.

Por eso el derecho administrativo siempre se quedará corto, las estructuras de atender a víctimas son insuficientes y un alcalde senegalés fue elegido en Normandía porque implantó una estructura en el ayuntamiento semejante a la de su pueblo de procedencia, con un consejo de ancianos resolutivo no previsto por las leyes europeas como órgano. Una vez elegido, el propio Partido Socialista Francés no le dejó desarrollarlo.

Es siempre patria o muerte pero no dicen en qué posología, no plata o plomo. Todas las mafias con centralistas por economía de escala y Koldo encarga las mascarillas hasta en Ribaforada y el alcalde que lo hubiera puesto firme en el siglo XIV calla y traga. Por si en algún momento hay que colocar a alguien, cuando ya no sea nadie.

07.03 Luis Iribarren

19.3.25

Benetúser 5: Las tierras sin poesía


Tomemos un idioma, el castellano o el valenciano, y lo decapemos hasta llevarlo al límite de sus posibilidades, el ético y más el estético, ese en que nadie había estado hasta nosotros. Seamos rehenes de nuestro idioma, vivamos como héroes y saquémosle punta.

Sin pretenderlo, habremos hollado la sagrada tierra de la poesía, la de la economía de medios, la que nos hizo dependientes de los tonos a partir de las primeras canciones que cantaron los pueblos nómadas a caballo. Repitiéndolas de generación en generación hasta darles su interior dorado.

Alcancemos la economía de medios y fijación del presente de un haiku: la caída de un párpado poético de la mujer amada, que es la musa.

Elijamos sin embargo crear una burbuja económica, recuperar un territorio, compensarlo por ser una mina de producción de silicosis, una sierra arrugada horadada de la que desaparecieron las ovejas ojinegras y aunque su cantante en majestad recibiera el nombre de “El Pastor de Andorra”.

Para que estas tierras con mensaje, hijas del romancero popular minero, hogar de familias desplazadas a las que en Ojos Negros se les construyó cine y dispensario, letrina y cocinilla económica alicatada, lo pierdan qué mejor que someterlas con derecho administrativo.

Qué mejor que declararlas reserva india y concederles casinos, cicatrizar las muelas redondeadas de sus sierras con pistas de camiones, llamarlas especiales por los nunca impersonales fondos de inversión para cualquier eventualidad con supuesto rendimiento inmediato.

Adjetivarlas con proyectos de qué intereses generales cuando en sus yacimientos la humanidad produjo el primer hierro, recuperarlas a partir de zonas francas de actividad especial –las ZEE, zonas de actividad especial: esa idea china que sus inversores nos han devuelto a los aragoneses que sirvieron para desarrollar puertos con el modelo de Hong Kong en los que renunció al comunismo y a lo general, en que corría el dinero porque existió “el doble sistema” y se omitió poéticamente la palabra prostitución, permutándola por los masajes con final feliz -,

Así superaremos la poesía y volveremos a negar las muertes, seguiremos adelante reconstruyendo Ucrania menos su subsuelo robado y Benetúser con ese chorro incesante de cualquier procedencia que acalle la canción del nómada en su caballo, que pase a otra letra: que con sangre y deducciones por donaciones entra.

Vamos a darle una vuelta a los dramas y convertir a Lorca, la huerta sur de Valencia y las ciudades a las que dejará la siguiente riada en laboratorios de nuevas expresiones de derecho que generen, sin embargo, antiguos fueros y privilegios a costa de tu memoria y la de tus abuelos, el pastor y la hilandera de la rueca. A cambio de la resurrección de los moribundos.

Quizá ganéis en el cambio, algunos ya lo estaréis haciendo porque les dictáis los decretos de subvenciones. Sin zonas especiales fuera de la ley no hay inversiones chinas, lo probaron con su propio pueblo y memoria. Quedará decir que conservamos las tradiciones porque estamos haciendo una revisión de la gastronomía de la calabaza asada: el que no os conozca, que os compre (y que os lo informe y justifique).

11.03 Luis Iribarren